Es la principal referente del movimiento por las infancias trans, escritora de dos libros y fundadora de la Asociación Infancias Libres. También es mamá de Luana, la primera niña trans en recibir el DNI en 2013, gracias a la sanción de la Ley de Identidad de Género.
Siempre la llamaron de los medios, de los centros de formación docente, de los jardines para contar una historia inspiradora, “una novela para llorar”. Pero Gabriela Masilla -militante, madre de Luana- está cansada de llorar y hoy no sólo se trata de su hija, sino de las 140 familias que pasaron por su asociación, que le tocaron la puerta porque no sabían qué hacer con sus hijos, hijas e hijes que elegían ser quienes deseaban y sentían ser. Hoy se trata de las infancias trans y de todas las infancias que están inmersas en un entramado de estereotipos y normas del deber ser.
Contra la idea de una escuela inclusiva
-¿Cómo podemos hacer de esta escuela un lugar inclusivo?
-Ya poniendo la palabra “inclusiva” estamos discriminando. ¿Incluir a quién? ¿Al diferente? ¿Diferente con respecto a quién? Nosotros no tenemos que tener una escuela inclusiva para determinadas personas que no encajan en las normas, nosotros tenemos que tener una educación con otras bases. Nuestras bases son binarias, son biologicistas. Realmente la gente cree que tiene que darle lugar a lo diferente. Pero somos todes diferentes, ese es el tema. No pensamos en las normas que ya están establecidas para las personas cis género también. Nuestra educación tiene que cambiar para todas, todos y todes.
Primera lección. Cuando hablamos de problematizar la escuela hay que repensarlo todo. Gabriela pone de manifiesto que la escuela ya desde su estructura es un espacio que reproduce estereotipos e ideales que son opresores para todas las niñeces. En el caso de les niñes trans, el impacto es más fuerte, porque el estigma por no acatar la norma cis género es aún mayor que el desafío a cualquier otra norma impuesta y las instituciones no están preparadas para recibirlos. Entonces, la escuela no tiene que incluir, la escuela tiene que estar pensada para todes.
De las familias que pasaron por la asociación, la gran mayoría reportó que sus escuelas no sabían cómo acompañar. Según Gabriela eso tiene que ver con que la formación de los y las docentes es biologicista, patriarcal y machista. Uno de los principales problemas que denuncia es que no hay un tercer lugar, una tercera identidad que se vea representada en los planes de estudio, en los manuales, que te habilite como sujeto de derechos dentro de la escuela. Esto genera que las niñeces trans queden invisibilizadas.
“Si vos tratás a mi hija como una nena más, en un mes van a ver el aparato reproductor y le vas a decir que mi hija tiene un aparato reproductor de hombre. O, si no, vas a decirle que va a menstruar, pero mi hija no va a menstruar. Entonces no es como todas las niñas”, explica Gabriela. Y agrega: “Los cuerpos trans no están visibles dentro de la escuela, y eso es imposible de acompañar”.
Gabriela sostiene que la invisibilización de las infancias trans en el aula tiene profundas consecuencias en la subjetividad de les niñes: “Ahí es donde nuestras niñeces empiezan a entender que el cuerpo de ellas no se condice con algo. Y obviamente ahí te querés adaptar, amoldar, transformar el cuerpo pensando que el error es tuyo y en realidad el error es de la educación y del sistema que tenemos”.
Gabriela milita fuertemente el cuerpo saludable. Para ella los tratamientos de hormonas y bloqueos de la pubertad son profundamente nocivos y responden al mandato social que impone encajar en algún espacio del binomio. Respetando siempre la decisión de cada une de hacer con su cuerpo lo que desee, ella propone la libre construcción de un cuerpo saludable, no solo para las niñeces y adolescencias trans, sino para todas las niñeces.
Militar la infancia
Ante la falta de un apoyo por parte de las escuelas, las familias deben transitar solas este proceso. Así fue cómo después de la publicación de su primer libro, Gabriela empezó a recibir uno, dos, miles de mensajes de mamás y papás que no sabían cómo actuar frente a lo que sus hijes les manifestaban. Eso que empezó como un grupo de Whatsapp terminó en una asociación civil con más de 60 familias. Según cuenta, no todas son fijas, muchas van y vienen. Ya pasaron 140 y hoy son 30 las que sostienen el espacio juntándose cada tres domingos para trabajar conjuntamente.
En estas jornadas se dividen en cuatro grupos: uno de niñes trans de 4 a 10 años, uno de adolescentes, uno de hermanos y hermanas cis género y el último de madres, padres y otros parientes. Para ella, el grupo más difícil es el de los adultos porque son quienes tienen que empezar a deconstruirse, a dejar el adultocentrismo y a ir a la par de su sus hijes. Porque tener un hije trans no te saca lo transodiante. Porque tener un hije trans no te convierte en Gabriela Mansilla, no te convierte en militante.
“No es que todas las familias que vienen a preguntarme por sus hijos los abrazan y se comprometen Ponele que se quedará el 50%. Pero con los que se van yo tengo el peso de saber que hay una niña del otro lado que está obligada a ser varón y que hay algún varón que es obligado a ser niña”, cuenta Gabriela.
Hoy la asociación se sostiene de manera independiente. No reciben ningún apoyo del Estado ni financiamiento externo de ningún tipo. Los miembros de la asociación y los profesionales que participan lo hacen ad honorem, vendiendo algunos productos para financiar los materiales y espacios para sus reuniones y charlas.
Además, si bien la asociación tiene fuertes vínculos con otros movimientos de la comunidad trans, no hay ningún otro que milite la infancia: “Yo me voy quedando sola, porque los que militan la infancia no abordan cuestiones trans y los que militan para la comunidad LGBTI no abordan infancias”. En ese sentido, sostiene: “Banco a todos esos movimientos, pero nosotros estamos luchando por otra cosa. De acá va a salir una nueva generación de personas trans- travestis. Porque si yo me pongo un sueño es que mi hija llegue a la universidad y a ser profesional. Esto es una nueva generación de niñas y niños desde jardín de infantes respetados como trans, primaria respetados como trans, secundaria respetados como trans. Toda una vida entera respetada, y eso hoy no existe”.
Hablemos de la sociedad cis
Gabriela propone un ejercicio. Estamos acostumbrados a pensar en las estadísticas de las personas trans. Qué porcentaje dejó el colegio, qué porcentaje vive de la prostitución, cuántas murieron el en último año a causa de transfemicidios y travesticidios. Ahora, ¿Por qué no hacemos una encuesta sobre las personas cis? Cuántos prejuicios reproducen, a cuántas personas discriminaron, cuánta ignorancia tienen. Porque para entender cómo está una infancia trans, primero tenemos que hablar de una sociedad cis y de una educación cis.
“Si la sociedad está avanzando, avísenme para dónde que me la estoy perdiendo. Si la sociedad estuviera avanzando no tendríamos travestis de 12, 14 años siendo prostituidas. No tendríamos el 90% o el 86% de las feminidades trans travestis viviendo de la prostitución como único medio”, denuncia Gabriela.
Para Gabriela se trata de una problemática social, no individual: “Hay días que no duermo, el estrés me está comiendo viva. Y eso que lo puedo militar, lo puedo canalizar. Lo puedo canalizar en una marcha, en las charlas, porque viajo por todo el país, presento mis libros, porque escribo, porque tengo una asociación, pero todo eso no le está salvando la vida a mi hija, porque la sociedad sigue pensando así”.
Entonces, ya no se trata de pensar qué le pasa a la persona trans sino qué le pasa a la sociedad con esas identidades. Porque tener el DNI en la mano no exime de la discriminación ni de la violencia. Porque, como dice Gabriela, esto tiene que ver con un todo, con un sistema que oprime a las personas trans, pero que también nos oprime a todos y todas. Un orden social que nos muestra un modelo de cuerpo exitoso todo el tiempo y que está consolidado por industrias que se enriquecen con él.
Por ese motivo, Gabriela remarca la importancia del rol del Estado para que se lleve adelante una política integral que concientice, que garantice los derechos, que implemente políticas públicas y que impulse la ESI con otras perspectivas.
Deconstruirse y construir devuelta:
-¿Creés que la escuela aprendió con Luana?
-Mirá, depende tanto de la persona, del docente. En el primer jardín por el que pasó no aprendieron nada, nos echaron. En la escuela en la que está Luana ahora sé que cada maestro y cada maestra que estuvo con ella aprendió algo porque tuvimos que trabajar un montón para poder acompañarla. Pero después las maestras de otros grados, o las suplentes no sé si aprendieron. También depende de cada persona. Porque aunque la directora nos haya ayudado para hablar con cada docente, había una por ejemplo que no quería entender, no la sacabas de lo conservadora que era. Por eso después hay niños que se tienen que cambiar de colegio. Porque la primera discriminación y las primeras violencias a las niñeces las sufren por los adultos de la escuela.
-¿Qué le dirías a los y las docentes?
-Deconstrúyanse, urgente. Reconozcan los prejuicios que tienen y no se dan cuenta. Reconozcan que esta educación es binaria y rompan el binarismo, habiliten un tercer lugar. Tomen conocimiento de la Ley de Identidad de Género. Dejen sus religiones y sus creencias por fuera de la institución. Respeten, no subestimen al niño o a la niña, escuchen lo que tienen para decirnos y habiliten un lugar que no está habilitado en la escuela. Sáquenle el género a los órganos del cuerpo, tiren abajo esta construcción cultural que tenemos de lo que es ser mujer, cómo debería o debe ser una mujer, cómo debe ser un hombre. Hablen de personas.
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